A raíz del terremoto que afectó a nuestro país el 27 de febrero, nuestra iglesia pidió nuestra oración. Por aquellos que partieron de este mundo en forma tan repentina en primer lugar, y por sus deudos. Por los que perdieron todo cuanto tenían y quedaron con lo puesto, y por nuestro país en general, que ha quedado con grandes perdidas humanas y materiales.
Se recolectó también en nuestra parroquia una apreciable cantidad de alimentos no perecibles que fueron enviados a la Vicaría, luego a Caritas y de allí a las zonas devastadas por la catástrofe.
Y comenzamos también a misionar de nuevo (se había suspendido por Enero y Febrero). Nos recibieron como siempre, con alegría, a veces con tanta emoción que caen las lágrimas por las mejillas de aquellos que han estado muchos años separados de Cristo y vuelven a orar, después de escuchar el trozo del Evangelio de Mateo que leemos. Nos ha pasado varias veces, también ahora.
Es hermoso para los misioneros y es probablemente imborrable para los que reciben, porque reencontrarse con el Señor es siempre una ocasión de gran felicidad.