Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo. DA 29

domingo, 24 de agosto de 2014

El pago del misionero



Habían anunciado lluvia para hoy.  Llovería desde anoche, por lo tanto hoy no saldríamos a recorrer las calles y buscar  a las familias. Yo tenía una reunión en la Vicaría a la que podría ir porque hoy no habría Misión.
Pero, el Señor quería otra cosa. 
Hoy no llovía cuando amaneció, nos llamamos, nos reunimos apenas cuatro y salimos.

Llamamos  a cinco o seis casas. En dos, personas evangélicas nos respondieron amablemente que no. En una de ellas conversamos sobre la Parábola del hijo pródigo, luego pedimos que Dios la bendijera y continuamos. En la otra casa la señora evangélica era bautizada católica y su marido era evangélico. Y ella, como pasa tantas veces, siguió la religión del esposo sin revisar cuál era la verdadera. Le regalamos una estampa de la Virgen del Carmen y la invitamos a preguntarle a María nuestra madre, qué religión debía seguir. Nos aseguró que iría a Misa pronto.

Pero, lo más bello, aquello para lo que el Señor nos hizo salir hoy día fue en la última casa en que llamamos.
Era una casa muy pobre con una niña joven que nos sonrió al abrirnos. Adentro, un papá y dos hijos tomaban desayuno. La niña nos presentó a su pequeña hijita de dos años, Estrellita.
Conversamos largo rato antes de iniciar la ceremonia, y las personas, cerca de diez, que componían su familia, padre, hermana, cuñado, sobrinos, pasaban y circulaban.  

Hay allí seis niños sin bautizar, ocho sin primera comunión y matrimonios sin celebrar.

Cuando proclamamos el evangelio sobre la segunda multiplicación de los panes (Mt. 15, 49-59) algunos de los niños leyeron y la niña joven permaneció en silencio. Cuando lo comentamos, ella había entendido que en esa Palabra había un mensaje para ella y las lágrimas cayeron de sus ojos.
Oramos, asperjamos agua bendita, imploramos la bendición de Dios sobre cada uno de los habitantes de esa casa los que se fueron acercando da a poco.

Al final, la niña joven y su hermana mayor manifestaron su deseo de incorporarse inmediatamente a catequesis para bautizar y permitir comulgar a sus hijos. El padre,- que en principio nos quería alejar,- expresó su voluntad de asistir a Misa, el cuñado evangélico pidió que bendijéramos a su hijita pequeña, la mamá pidió que bendijéramos una imagen de la Santísima Virgen del Carmen, y fue el  compartir los dones y regalos de Dios, lo que nos llenó a todos de alegría.

Nos despedíamos cuando comenzó a llover fuertemente, y conversábamos con Claudio mi hermano misionero, que a esto nos envió el Señor hoy día, a ésta sola casa, a ésta  familia pobre y sola, y sentimos una vez más lo que es el pago del misionero: “ ¿no ardía nuestro corazón cuando nos hablaba por el camino?”.