Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo. DA 29

miércoles, 12 de julio de 2017

¿Y los de afuera?


Es verdad que todo católico, si es coherente con la Fe que dice creer, se comportará en su vida diaria como el mejor hijo de Dios que pueda. Es verdad que intentará cumplir, lo mejor que le resulte, los mandamientos enseñados por Él hace tanto tiempo. Y es verdad también que con sólo eso, muchos de nosotros, católicos comunes y corrientes - por tanto, no llamados a ninguna misión especial - tal vez ya hagamos todo cuanto podríamos ser capaces de hacer en esta tierra, en nuestra vida, y Dios, que nos conoce absolutamente, lo sabría.

Y en esa coherencia con nuestra Fe y nuestra conciencia, se equilibraría, más bien se anidaría nuestra paz de espíritu.

Si diéramos un buen testimonio de paz, de honestidad, de verdad, de amor, si asistiémos a Misa todas las semanas, oráramos diariamente, leyéramos cada cierto tanto la Biblia, si ayudáramos al que pudiésemos, si enseñáramos sobre nuestra fe a quienes nos rodearan - familia, trabajo, todos aquellos con quienes nos hubiésemos cruzado - ya seríamos católicos que vivirían su vida conforme a lo que supondríamos Dios esperaría de nosotros, los laicos.

Más aún, si sirviéramos en una parroquia y proclamaramos las lecturas de la Misa, cantáramos en un coro, entregáramos catequesis, sirviéramos en cualquiera de las pastorales que ofrece una parroquia y apoyáramos económicamente la labor de la Iglesia, supondríamos que somos más coherentes que la mayoría y nos podríamos quedar en paz con nuestra entrega al Señor.

Pero, aún nos faltaría una vastedad para la radicalidad de la que nos habló Benedicto XVI.

Sin embargo, esto es un gran tiempo condicional, porque la inmensa mayoría de los que se declara católicos no ejerce casi ninguna de las condiciones enumeradas. La gran mayoría de los bautizados vive un catolicismo sin fe, con sacramentos y sin evangelización.

Y entonces, los que sí las viven ¿Cómo lo hacen? ¿Por qué continúa habiendo cada vez más "católicos a su manera", cada vez más personas que "no creen en nada", cada vez más personas que sufren por no conocer a Dios y no poder realinear su vida trás la de Él?

Aquellos católicos que se dan cuenta de esta situación son doblemente responsables de esta pérdida que los que no creen o son "a su manera", precisamente porque lo ven. Y hacen poco.

He escuchado estos días a un católico de pastorales decir: "Yo hago catecumenado, confirmación, soy ministro de comunión y animador de Misa (¿?). Hago suficiente en la parroquia, eso es Misión."

He cumplido 8 años en Misión y he entrado en muchas casas, he visto muchas cosas, familias, personas, problemas, dolores, ansiedades, pérdidas, angustias, carencias, muchas, que me han convencido cada vez más de que no hay ningún camino verdadero que no desemboque en Dios.
Y porque lo conozco es que sé que la Misión es imprescindible. 
No es lícito dejar a las personas solas con su dolor y sin Cristo, sin la Iglesia. Sin la única respuesta real, sin la única puerta verdadera hacia su felicidad, sin el único consuelo efectivo para su dolor.
Los católicos que sirven en pastorales, hacen lo suyo, es verdad, pero ¿cuántas son las personas que vienen a buscar esas pastorales? Siete en Catecumenado, siete en Catequesis, doscientas en Misa.
¿Y el resto? En sectores parroquiales de más de tres mil personas¿Qué? ¿Los que no vienen a buscar las pastorales, porque no saben que existen, porque no creen que las necesitan, porque Dios no es algo en lo que piensen durante el día?¿Qué con ellos? ¿Qué hacemos los que sabemos que es necesario hacer lo imprescindible?

San Alberto Hurtado hace decir a Nuestro Señor: "Necesito de tí...no te obligo, pero necesito de tí para realizar mis planes de amor. Si tú no vienes una obra quedará sin realizar. Nadie puede tomar esa obra, porque cada uno tiene su parte de bien que realizar."

No podemos seguir olvidando. No debemos. Nos urgen los que están afuera.

Y a ellos les urge nuestra fe.

El Señor nos juzgará por ello.


lunes, 15 de mayo de 2017

A eso vamos.

Hoy es #Fátima. Hoy conmemoramos el Centenario de las Apariciones de Nuestra Señora de Fátima.
El Papa en Portugal ha canonizado a Jacinta y Francisco Martos, como creemos que debió haberse hecho hace años. ¿Por qué no eran ya santos de altar, si no pueden estar en otro lugar que no sea el cielo? No sé. Pero, han sido ahora declarados santos y muchos nos alegramos. Nos alegramos por nosotros, no por ellos, que están en la máxima gloria desde hace cien años.

Hoy me ha sido respondida una pregunta que me rondaba hace tiempo. Y más fuertemente desde la semana pasada. ¿A qué vamos a la Misión? ¿A qué salimos? ¿Cuál debe ser nuestro acercamiento a las personas? ¿Vamos a enseñar la Fe, a catequizar? ¿De qué manera? ¿A qué vamos?
Hoy, porque es Nuestra Señora de Fátima, como un regalo, en un momento, en un instante, casi distraída, pendiente de otra cosa, escuché un pensamiento, unas palabras pronunciadas en mi mente, pero, como si no fueran mías: " A consolar".
Y es de lo más cierto que he escuchado.

Vamos a consolar las heridas que tiene la gente, a confortar, a fortalecer las almas de los daños que hace este mundo duro y brutal a los seres humanos que ama el Señor y que no se pueden defender de los golpes, porque no conocen o se han alejado de Dios.
Por eso no saben, o no recuerdan que Él los ama, ni cómo ni cuánto desea consolarlos. No recuerdan cómo quiere que sus vidas en esta tierra sean felices, y que mientras más a Su manera sean sus vidas, más felices serán.
Han olvidado que Él murió por Amor, que resucitó y que se ha ido a prepararnos un lugar para que también estemos con Él donde Él está. Les recordamos que Dios nos ama. Que Dios nos da Su paz si se la pedimos. Que nos pide vivir como Él nos enseñó a vivir.
Y que Dios nos regala la única Vida digna de ese nombre.
A eso vamos.









sábado, 6 de mayo de 2017

Inicio 2017: "Enséñenles a cumplir todo lo que Yo les he mandado."



 Hoy, después de Semana Santa, y por lo tanto después de celebrar la Resurrección del Señor, que es lo que da Vida a la Misión, a la Iglesia y a la Humanidad, comenzamos la labor de este 2017.

Un día frío,con calles solas. Con ánimo y entusiasmo salimos a recorrer y llamar a las casas.
De viva voz, presionando timbres o con la ayuda de los perros que le avisan a sus amos que alguien está en la puerta, llamamos a 25 casas. Nos abrieron 6. De esas, 4 deberemos volver el próximo sábado y las otras dos nos aseguraron que eran mujeres católicas, pero, no querían a los sacerdotes y no asistían a Misa. Rezaban en sus casas.  Y tampoco les interesaba la Bendición.
O sea, no entramos a ninguna.

Mi hermano Julio, con quien vamos, me rebatía cuando yo insistía en que "no hemos hecho nada".
En primer lugar, tenemos 5 visitas para el próximo sábado, las 4 casas y una señora que nos encontró en la calle y nos pidió que fuéramos porque necesitaba mucho la visita a su hogar.
En segundo lugar,está el testimonio: Salir con nuestras cruces al cuello llamando a los hogares para hablar de Jesucristo y Su Reino.
Y en tercer lugar, las conversaciones, aunque fueron cortas, con esas personas que nos dijeron NO.
De todas nos despedimos, después de conversar brevemente, deseándoles que Dios las bendijera. Si creemos que llevamos al Señor, que es Él quien envía y a Quien llevamos, esa corta conversación no habrá sido en vano. Nuestro Señor se las arregla para entrar por la más pequeña abertura que le dejemos. Y ellas nos escucharon. Algo habrá quedado dándoles vuelta, algo les incomodará, algo recordarán. Algo llamará a su pensamiento y a su conciencia.

Eso, aunque no hayamos entrado a ninguna casa ni bendecido ninguna familia, hace que las pequeñas nubes se disipen.
Una hermana-en ésto de las pequeñas nubes- me dijo hace unos días que ya no era necesaria la misión, porque el Arzobispado había llamado hace unos años (2014) y ya no había llamado más. Eso se había terminado. ¿Para qué salíamos?
Lo conversé con nuestro párroco, y su respuesta fue lo que mi corazón me dice cada vez que pienso en el tema:
"La obligación de la Iglesia es evangelizar, para eso existe. Esa fue la labor que nos dejó Nuestro Señor antes de subir al Cielo. Para eso fundó su Iglesia. Y la Misión es parte de la evangelización, porque no toda la gente viene a la parroquia. La Iglesia siempre debe estar en misión."

Y yo recordé esos maravillosos versículos de San Mateo: 
"Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautízándolas en el nombre del Padre,y del Hijo y del Espíritu Santo. Y enséñenles a cumplir todo lo que Yo les he mandado. Y he aquí que Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo."


viernes, 30 de septiembre de 2016

Otro año más: la Misión siempre nueva.

Están aquí algunas de las familias que hemos visitado durante este año. Con muchas alegrías, y también con, a veces, profundos dolores: enfermedades, ausencias, muertes, vacíos, miedos, la vida misma. Todas con la nostalgia de escuchar a Dios, con anhelo de oir su Palabra, de hablar de Él, de aprender de Él, invocarlo en la oración, de aplicarlo en su vida y su familia. Quieren ser acompáñados, ayudados, acogidos, visitados.
Hay tanta ansia de escuchar al Señor, tanta necesidad de Él, tanto vacío y dolor en las almas, que no se entiende que los católicos no corran a la Misión. ¿Por qué no van? ¿Por qué somos tan pocos?
Para mí continúa siendo un enigma.




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sábado, 13 de junio de 2015

Ana Laura:la historia de un feto inviable



Todos los sábados conocemos las historias de vidas de las personas que visitamos. A veces alegres, muchas veces tristes.  La historia de esta familia está llena de esperanza, fe y paz.

Ana Laura es una hermosa niña de 10 años.
Cuando su madre la esperaba, en la ecografía de los 5 meses de embarazo el médico le comunicó que el feto (qué palabra más fría) tenía una malformación “incompatible con la vida”, es decir, era un “feto inviable”.

Durante la espera que vivió su madre, llena de angustia, soledad, miedo y  pena, deseaba todos los días  que el parto no llegara nunca, para no perder a su bebita que amaba. 

Bastante claras eran todas las ecografías y exámenes que se habían hecho: la criatura no traía vena cava y sus órganos estaban “dados vuelta”, con la anomalía denominada situs inversus en el tórax y abdomen. Sobreviviría unos 3 minutos, no más.

En la sala de espera del hospital el día del nacimiento, permanecían la abuela materna y otros parientes apenados acompañando el triste acontecimiento, dando fuerza, calor y apoyo, que es la medicina fundamental   requerida.

Supieron que iba a la sala de partos, y esperaron diez minutos, veinte, una hora... 

Apareció entonces la doctora a cargo del equipo y les preguntó: ¿Alguno  de ustedes cree en algo? ¿En Dios, en algo?

La abuela se levantó y respondió con voz firme: Yo creo en Dios y la Virgen Santísima.
-Por eso- dijo la doctora- por eso. La niña está viva, y  parece que  en buenas  condiciones.

El equipo médico había recibido a la criatura y después de mostrársela rápidamente a la madre, la habían llevado para examinar, limpiar y esperar su deceso que sería rápido. Pero, al pasar los minutos, la niña continuaba respirando, llorando, moviéndose, su color era cada vez más rosado y no parecía desmejorar. Al hacer otros exámenes  se tuvo la explicación: no existía la vena cava, pero la vida se había abierto camino creando una multitud de pequeñas venas que suplían  la  función del  conducto ausente.
La abuela había desgastado sus rosarios y sus intenciones de Misa pidiendo un milagro para su nieta, el que fue concedido.

Escuchamos con emoción la historia de Ana Laura, pensando en tantas cosas. Pensando, sobretodo en la necesidad de la Fe. 

En la Fe, sí. Esa Fe fuerte, confiada,  la que Dios quiere que viva en nosotros  porque con ella la vida es más bella, más plena, más feliz.
Pensamos también en  “y no pudo hacer allí ningún milagro”, cuando Jesús visita a su familia en Nazaret  y el Señor no puede mostrar allí su amor y su poder, porque ellos no creen en Él y no ponen  en Él su Fe.

Pero, pensamos también en los muchos casos como éste que se darán en países con ley de aborto, donde los niños no llegan a nacer, porque son “fetos inviables”. Y se pierden tantas Ana Lauras…

Nos oponemos, como misioneros de la Iglesia Católica  a la muerte de los niños por nacer. Todo niño concebido debe ser dado a luz; y si su vida es de tres minutos, es lo que en Su infinita sabiduría y misericordia Dios ha diseñado, y así será.
La familia que viva tan grande dolor debe ser acompañada y apoyada en el proceso. Pero, el aborto no aminorará jamás el dolor de la pérdida, sino que contribuirá a aumentarlo por la sensación de culpa, hecho ya acreditado por la siquiatría.

Para mostrarnos que somos soberbios, incapaces e ignorantes, Dios decidió hacer un milagro premiando la Fe de una abuela piadosa,
Los niños que vienen con daños graves en su sobrevida deben nacer y ser recibidos por sus familias como lo que son: un regalo del Señor.

lunes, 13 de abril de 2015

Iniciamos la jornada 2015



Iniciamos la Misión 2015.
En Pentecostés comenzaremos nuestro 7° año de Misión. Hemos ganado, no en número de misioneros, pero sí en experiencia, en sabiduría misional, y eso nos alegra. El Señor ha tenido misericordia de nosotros y nos ha  concedido crecer en Fe y Esperanza. Sabemos que nos regalará  también la virtud de la Caridad.
Necesitaba misionar, todos los cristianos lo necesitamos. Esa paz, esa alegría, la sensación interna de contento, a pesar y con los problemas, que permanece en el ánimo se tiene después de salir de la Santa Misa y en la Misión. Es un poco la sensación que describió André Frossard, en los días posteriores a su conversión.  El afortunadísimo punto 29 del  Documento de Aparecida, que encabeza este blog lo dice: “Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona. Haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida. Y darlo a conocer con nuestra  palabra y obras es nuestro gozo”.

Hoy visitamos a Jorge y Ana. Ella tiene 74 años. Él, 85  y conoció al Padre Hurtado cuando tenía 8. Lo describe amoroso, cariñoso y amable; les regaló una mesa de pin pon a los niños de la parroquia a la que su familia asistía.
Jorge fue casado hace 48 años. Desde entonces vive con Ana y tienen 3 hijos.
Proclamamos y comentamos el Evangelio de San Juan, en el capítulo 6, sobre el Pan de Vida. Hicimos oración. La emoción de Ana al pedir por sus hijos, por su hermana viuda, por su sobrina gravemente enferma es el desahogo de la pena y la preocupación por quien se ama y se sabe en sufrimiento, pero también es el arrebato que toda alma vive al sentirse escuchada por Dios. Y eso, lo he contado varias veces, ocurre a menudo en las jornadas de misión. Es el reencuentro,  en la oración, del alma humana con su Creador.

Estuvimos casi 2 horas con ellos. La conversación se dio cordial, afectuosa, acogedora  y fluida, hablamos de Dios, Cristo estaba presente (“donde dos o tres se reúnen en mi Nombre…”) y el Espíritu Santo nos comunicaba entre nosotros y con Dios.  
Y al salir y caminar de vuelta en la calle, sentíamos las palabras de los de Emaús: ¿No nos ardía el corazón mientras hablaba?  Eso es la Misión.


sábado, 22 de noviembre de 2014

"Sólo hay cinco en vela"



“Dios que nunca duerme
busca quien no duerma,
y entre las diez vírgenes
sólo hay cinco en vela.”




He recordado estos días ese bellísimo pasaje del Himno de vísperas de Semana Santa de la Liturgia de las Horas.
Eso es la Misión: “Dios que nunca duerme busca quién no duerma.”
Y esos son los resultados: “y entre las diez vírgenes solo hay cinco en vela”.

Pero, aunque tal vez pasara así desde los inicios del cristianismo  y sólo permanece el testimonio de los que más se dan cuenta, no tiene ninguna gracia cuando toca vivirlo en forma personal.
Mucha gente se suma a los que yo llamo espectáculos misioneros  porque son más brillantes y fugaces. Necesarios, sin duda, porque llevan la Presencia de Dios a lugares donde no ha estado.

Pero, en la misión constante, la visita permanente a los hogares, todos las semanas desde hace 6 años, somos muy pocos.  Y es una lástima, porque se podría visitar a muchas más familias y volver a visitarlas mucho más seguido, y no bendecirlas y luego acompañarlas desde lejos sólo con la oración.
















 





















Todos los sábados salimos, y siempre hay familias nuevas que nos reciben, otras que no.
Y está la carencia, la necesidad, el anhelo de Dios en todas, en absolutamente todas. 

Nadie sobre la tierra está más allá del amor de Dios. Nadie tampoco está más allá de la nostalgia de Él.

La semana pasada visitamos a una pareja, mayor de 60, no casada, que vive con los hijos de él.
Hace 30 años que no visitan una Iglesia y que no se confiesan, probablemente por su situación sacramental. Él permaneció sólo escuchando la mayor parte del tiempo. Ella hablaba.
Tenían una biblia de los TdJ, confusión sobre la doctrina, sobre la historia de la Iglesia, sobre los sacramentos, sobretodo la Eucaristía. Hicimos luz lo más que pudimos. Al escuchar el Evangelio, él comenzó a llorar. Ella humedeció sus ojos.
Hubo oración, mucha oración.
Acudirán al mes de María y regresarán a la Misa, aunque no comulguen sacramentalmente.

Hoy visitamos otro matrimonio también mayor. Ambos viudos y curiosamente concuñados, que se enamoraron y casaron años después de sus pérdidas.
Mucha amabilidad y cariño entre ellos, ambos enfermos. Él, con sus 5 hijos viviendo en los EE UU. Ella con una única hija madre de un niño y que vive también  en Estados Unidos casada con un mormón. Conversamos sobre ese punto. Después de años, las oraciones de la madre han hecho que la hija ya no vaya a la iglesia mormona y otra vez se esté acercando a la fe católica, donde fue bautizada, y a la cual el hijito quiso permanecer fiel - tal vez por la influencia de la abuela - no queriendo acompañar jamás a su mamá a ese culto. 

Me hizo recordar al Papa Francisco que contó sobre lo importante que fue su abuela en la fe de él. 

Muchas situaciones de la vida vemos, y todas las ponemos en Presencia de Nuestro Dios en la oración. Pero, falta mucho. Hay mucho sufrimiento, hay mucha ignorancia, desconocimiento, hay que hacer muchísimo. Y somos tan pocos…
“Y entre las diez vírgenes, sólo hay cinco en vela”. No somos tantos.  

Pedimos al Señor de la viña que envíe laicos que quieran compartir el don maravilloso de su fe para evangelizar a sus hermanos.
Que se haga SU voluntad.