Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo. DA 29

lunes, 13 de abril de 2015

Iniciamos la jornada 2015



Iniciamos la Misión 2015.
En Pentecostés comenzaremos nuestro 7° año de Misión. Hemos ganado, no en número de misioneros, pero sí en experiencia, en sabiduría misional, y eso nos alegra. El Señor ha tenido misericordia de nosotros y nos ha  concedido crecer en Fe y Esperanza. Sabemos que nos regalará  también la virtud de la Caridad.
Necesitaba misionar, todos los cristianos lo necesitamos. Esa paz, esa alegría, la sensación interna de contento, a pesar y con los problemas, que permanece en el ánimo se tiene después de salir de la Santa Misa y en la Misión. Es un poco la sensación que describió André Frossard, en los días posteriores a su conversión.  El afortunadísimo punto 29 del  Documento de Aparecida, que encabeza este blog lo dice: “Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona. Haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida. Y darlo a conocer con nuestra  palabra y obras es nuestro gozo”.

Hoy visitamos a Jorge y Ana. Ella tiene 74 años. Él, 85  y conoció al Padre Hurtado cuando tenía 8. Lo describe amoroso, cariñoso y amable; les regaló una mesa de pin pon a los niños de la parroquia a la que su familia asistía.
Jorge fue casado hace 48 años. Desde entonces vive con Ana y tienen 3 hijos.
Proclamamos y comentamos el Evangelio de San Juan, en el capítulo 6, sobre el Pan de Vida. Hicimos oración. La emoción de Ana al pedir por sus hijos, por su hermana viuda, por su sobrina gravemente enferma es el desahogo de la pena y la preocupación por quien se ama y se sabe en sufrimiento, pero también es el arrebato que toda alma vive al sentirse escuchada por Dios. Y eso, lo he contado varias veces, ocurre a menudo en las jornadas de misión. Es el reencuentro,  en la oración, del alma humana con su Creador.

Estuvimos casi 2 horas con ellos. La conversación se dio cordial, afectuosa, acogedora  y fluida, hablamos de Dios, Cristo estaba presente (“donde dos o tres se reúnen en mi Nombre…”) y el Espíritu Santo nos comunicaba entre nosotros y con Dios.  
Y al salir y caminar de vuelta en la calle, sentíamos las palabras de los de Emaús: ¿No nos ardía el corazón mientras hablaba?  Eso es la Misión.