Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo. DA 29

domingo, 20 de octubre de 2013

La Misión Urbana



 ¿Por qué razón un hombre de 82 años responde que él se irá al infierno al término de sus días y que está conforme con ello?
Tal vez considere que su pecado es tan grande que es el destino merecido. Pero, ¿dónde queda el Amor de Dios? ¿Dónde su Perdón? ¿Por qué no sueña siquiera con Su misericordia?  Tal vez sea ¡y mucho! ignorancia. O por último,¡ y ojalá! solo nos estaba jugando una broma. No hubo caso que aceptara leer, orar, o ser bendecido. Sólo escuchaba desde afuera de la habitación. Pero,  quien sabe... El Señor tiene su tiempo y sus métodos. Este hombre sin esperanza permanece en nuestras oraciones y siempre está  puesto ante el Santísimo Sacramento, cuando vamos a rendirle adoración y  rogarle por todos los misionados.

No hemos dejado de salir ni una sola semana, siempre, todos los sábados vamos a la Misión urbana, casa a casa. Pero, no siempre escribo. Eso me pesa a veces en la conciencia, pero, creo que lo realmente importante no es que escriba, sino que vayamos. Y lo hacemos.

Mucho hemos visto durante estos 2 meses que no he escrito. Diferentes personas nos han abierto su  puerta y hemos podido hablar del Señor y con Él en cada hogar:
Esposas preocupadas, con el esposo enfermo y a punto de operarse que ruegan insistentemente y con fuerza por el resultado de esa operación, otras que ven con tremendo dolor y soledad cómo el hombre con el que compartieron sus largas vidas las mira sin recordarlas, olvidando cada día un nuevo detalle de todas esas jornadas compartidas; o una buena mujer que en su viudez ha recuperado la paz;  familias migrantes que reencaminan sus vidas en tierras nuevas con una sorprendente fe y esperanza en Dios; mamás a quienes vimos llevar a sus hijos a catequesis, y a quienes no hemos vuelto a ver en Misa, o una madre católica que se casó con un evangélico y ha separado a sus hijos de los sacramentos, sin tener fuerza ni fe para luchar por el bien y la salvación de ella y de su familia… Y nuevos encuentros en alguna vereda con nuestros hermanos seguidores de Jehová. Todo esto conforma la Misión urbana. No es de aventura, riesgo de vida y sacrificio como la Misión Ad gentes. Pero, es igual de necesaria y urgente. 

Un tema: Nuestra vida diaria debe cuadrar con nuestras palabras, la coherencia debe ser nuestro escudo ante la incredulidad del prójimo, porque son  nuestros vecinos a quienes vamos  y nos ven y nos escuchan todos los días; en el almacén, en la feria, en la calle, en el colegio de los hijos (o los nietos)… y en nuestras casas. No podemos borrar con el codo lo que escribimos con esfuerzo y nuestras manos. Se pierde demasiado.

Pero, lo que nuestra poquedad y miseria no pueden, Dios lo hace posible. ¿Qué debemos hacer obedientemente? Como en la segunda multiplicación del pan (“¿Cuántos panes tienen ustedes?”) poner a trabajar nuestra voluntad humana y orar - sin la oración no existe la Misión – lo demás, el milagro, lo hará Nuestro Señor.