Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo. DA 29

domingo, 15 de julio de 2012

Claudio


Vamos avanzando en la Misión. Hemos recorrido ya 34 manzanas de las 93 que conforman nuestro territorio parroquial, y en todas ellas hemos llamado a cada casa y entrado en aquellas cuyas familias nos lo han permitido.
Ayer nos reunimos con estudiantes  de la Universidad Católica que participan en las misiones de la Universidad. Ellas nos acompañaran en el proceso de formación que comenzaremos en agosto.  Nuestro objetivo es desarrollarnos y perfeccionarnos en la fe y la espiritualidad, para poder ir a las casas a catequizar a las familias que no lo están. Enseñarles a conocer la fe de la Iglesia, porque a eso fuimos llamados.

Hoy entramos a una casa donde vive un joven a quien yo conocía, era  animador de catequesis de niños y  participaba en el coro. Conversamos con su madre (él dormía, porque llegó tarde del “carrete”, fiesta), proclamamos la Palabra, conversamos sobre ella, hicimos oración, bendijimos, y en el momento de asperjar el agua bendita, la madre me abrió la cortina de su pieza, para que yo entrara. Él estaba despierto, y cuando me acerqué gritó: “¡No me bendiga!” y se tapó la cabeza con la ropa de cama. Me acerqué, le rocié el agua y lo bendije con su nombre.  ¿Por qué alguien que estuvo tan vinculado a la parroquia actuó así? Podría simplemente haber  dejado que lo bendijera, si le hubiera dado lo mismo. Pero, no le dio lo mismo. Se opuso y gritó. ¿Por qué? ¿Qué pasó en su vida? ¿A quién conoció? ¿Qué vivió? ¿Han tenido que ver los acontecimientos aparecidos en la prensa desde hace un tiempo y que involucran a sacerdotes con su desapego? Sé que uno de esos sacerdotes lo confirmó. Sea como fuere, orar por él y por su regreso a la Iglesia es lo que nos queda, y es lo que haremos.