Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo. DA 29

miércoles, 4 de diciembre de 2013

El remedio para todos los males



No hay cosa que produzca tanta alegría, mejore el ánimo y entregue tanto entusiasmo y paz como proclamar la Palabra, orar y compartir el tiempo hablando sobre y con el Señor.
Esto es válido para la Eucaristía, la Adoración al Santísimo Sacramento, la Catequesis, pero, sobre todo, para la Misión. Porque es el ejercicio de “salir”, de la comodidad, la seguridad, el confort y bienestar de nuestra casa, para ir a llamar, pedir que nos abran la puerta de sus hogares otras personas, otras familias y entrar en ellas.
Ese salir, ese partir, ese dejar lo que me da seguridad y comodidad y caminar hacia un hermano para derramar la Presencia y Bendición de Nuestro Señor sobre él y su familia, no tiene comparación con otra cosa, y es lo que hace a la Misión tan recompensante, tan gratificante (“¿No sentíamos que ardía nuestro corazón cuando nos hablaba?”).
Los problemas permanecen, pero después de entrar a 3 casas y bendecir 3 familias, escuchando sus dolores, enseñando de lo poco que uno sabe, compartiendo la Palabra y la oración, no hay carga que no se pueda llevar, por más pesadas que sean.
A quienes no lo han vivido, les digo: la Misión es el remedio para todos los males.

domingo, 20 de octubre de 2013

La Misión Urbana



 ¿Por qué razón un hombre de 82 años responde que él se irá al infierno al término de sus días y que está conforme con ello?
Tal vez considere que su pecado es tan grande que es el destino merecido. Pero, ¿dónde queda el Amor de Dios? ¿Dónde su Perdón? ¿Por qué no sueña siquiera con Su misericordia?  Tal vez sea ¡y mucho! ignorancia. O por último,¡ y ojalá! solo nos estaba jugando una broma. No hubo caso que aceptara leer, orar, o ser bendecido. Sólo escuchaba desde afuera de la habitación. Pero,  quien sabe... El Señor tiene su tiempo y sus métodos. Este hombre sin esperanza permanece en nuestras oraciones y siempre está  puesto ante el Santísimo Sacramento, cuando vamos a rendirle adoración y  rogarle por todos los misionados.

No hemos dejado de salir ni una sola semana, siempre, todos los sábados vamos a la Misión urbana, casa a casa. Pero, no siempre escribo. Eso me pesa a veces en la conciencia, pero, creo que lo realmente importante no es que escriba, sino que vayamos. Y lo hacemos.

Mucho hemos visto durante estos 2 meses que no he escrito. Diferentes personas nos han abierto su  puerta y hemos podido hablar del Señor y con Él en cada hogar:
Esposas preocupadas, con el esposo enfermo y a punto de operarse que ruegan insistentemente y con fuerza por el resultado de esa operación, otras que ven con tremendo dolor y soledad cómo el hombre con el que compartieron sus largas vidas las mira sin recordarlas, olvidando cada día un nuevo detalle de todas esas jornadas compartidas; o una buena mujer que en su viudez ha recuperado la paz;  familias migrantes que reencaminan sus vidas en tierras nuevas con una sorprendente fe y esperanza en Dios; mamás a quienes vimos llevar a sus hijos a catequesis, y a quienes no hemos vuelto a ver en Misa, o una madre católica que se casó con un evangélico y ha separado a sus hijos de los sacramentos, sin tener fuerza ni fe para luchar por el bien y la salvación de ella y de su familia… Y nuevos encuentros en alguna vereda con nuestros hermanos seguidores de Jehová. Todo esto conforma la Misión urbana. No es de aventura, riesgo de vida y sacrificio como la Misión Ad gentes. Pero, es igual de necesaria y urgente. 

Un tema: Nuestra vida diaria debe cuadrar con nuestras palabras, la coherencia debe ser nuestro escudo ante la incredulidad del prójimo, porque son  nuestros vecinos a quienes vamos  y nos ven y nos escuchan todos los días; en el almacén, en la feria, en la calle, en el colegio de los hijos (o los nietos)… y en nuestras casas. No podemos borrar con el codo lo que escribimos con esfuerzo y nuestras manos. Se pierde demasiado.

Pero, lo que nuestra poquedad y miseria no pueden, Dios lo hace posible. ¿Qué debemos hacer obedientemente? Como en la segunda multiplicación del pan (“¿Cuántos panes tienen ustedes?”) poner a trabajar nuestra voluntad humana y orar - sin la oración no existe la Misión – lo demás, el milagro, lo hará Nuestro Señor.   

sábado, 3 de agosto de 2013

El que se cierra voluntariamente a Su Amor



Hoy fue un día distinto a todos los anteriores. Hoy el Señor nos regaló, al permitirnos acercarnos a Él de un modo distinto.
Llamamos en quince casas, nos abrieron en nueve: una testigo de Jehová, dos evangélicos, y seis católicos. La respuesta de los tres no católicos era esperable, fueron negativamente amables. Pero, los católicos… siempre son los que peor responden y más nos impresionan ¿por qué nos rechazan como lo hacen si tenemos la misma fe?  

Entramos a una casa, donde una mujer que trabaja en su almacén con sus dos hermanos no tiene tiempo  para ir a misa, tampoco para leer la Biblia; pero tiene una especie de altar con las fotos de sus familiares fallecidos y varios santos, más algunas flores de plástico. Esa es su fe.
Leyó Juan 6, 46 – 58 “Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo”, la invitamos a que comentara el texto, pero ocurrió algo que ya hemos visto en otras casas: las personas que nunca oran y nunca leen la Palabra no pueden entender nada de lo que se lee, no son capaces de interpretar una sola frase del texto, y dicen cosas muy generales y lejanas. Tampoco pueden hacer oración.
Le comentamos la trascendencia del llamamiento de Jesús de acercarnos a Él en la comunión, y su urgencia. Somos bautizados y no debemos dejar que su sacrificio por nosotros haya sido en vano, abandonando el inmenso Amor que nos regala en  la Eucaristía.
Fue amable, y sincera. Tiene una sed que ella desconoce, porque mencionó que siempre deja entrar a los católicos que van a verla y le gusta escuchar. Es sed de Dios.

Al salir estaba en la calle su hermano, también bautizado católico, un hombre mayor. Comenzó a hablar en voz alta contra la iglesia y a increparnos sobre lo que hacíamos delante de varias otras personas. Nada se le pudo explicar, porque no quería escuchar nada. Sólo quería insultar y calumniar a la Iglesia y a los sacerdotes. Cuando llamó por su nombre al Arzobispo de Santiago y dijo que era un pedófilo y  defensor de pedófilos, consideramos que no valía la pena seguir intentándolo, le dijimos que hacía un mal y comenzamos a caminar.
Comprendí perfectamente a Juan (“Señor, ¿quieres que hagamos llover fuego del cielo”?), y tuve la intención de decirle que merecería perder el don del habla, porque lo usa para calumniar, injuriar y mentir sobre la Esposa del Señor, pero, nada dijimos. Tal vez recordamos la respuesta del Señor a Juan.

Luego vino otro católico, que tiene dinero, porque trabaja mucho; tiene salud, porque tiene dinero y tiene comida y casa porque tiene dinero... porque trabaja mucho.
Dios no tiene nada que ver en su vida.

Aunque… siempre se santigua frente a las imágenes de la Virgen, confiando en su protección cuando viaja, porque es chofer de camión. Poco pudimos avanzar con él, sólo confiar en que en la Santa Misa se pide por las familias misionadas y en que él tiene una confianza de niño en Nuestra Madre, Ella lo llevará a Su Hijo: esa es nuestra esperanza.

La última fue como otras: católica que no tiene tiempo, pero, nos escuchará si regresamos.  Y volveremos.
Fue la penúltima persona que visitamos, en la que Jesús nos hizo el regalo, tal vez por la perseverancia de algunas horas caminando.
Nos atendió en la puerta. Es católica, y es la fe que cree más verdadera. Sus dos hijos hicieron la Primera Comunión, y su nieta que ya es grande, también. Se educó en colegio de monjas, del que tiene el peor recuerdo. Y es todo.
No reza, no irá a Misa, no lee, por ningún motivo la Biblia (“no la soporto”), no quiso recibir ni un santito siquiera. Fue amable, pero, nos dejó a Marisol, mi hermana misionera y a mí, una tristeza agobiante. Por lo que se pierde, por no querer ni siquiera “soportar” la Palabra de Dios, por el alejamiento voluntario y a sabiendas de todo lo que se refiera al Señor.

Sentimos nuestra incapacidad más que en ninguna otra puerta, y nos llenó una pena como la que tal vez sintió Nuestro Señor ante el joven rico. Tristeza de pérdida, de vacío, de muerte. De alguna manera, advertimos que era un regalo del Señor avistar aunque sea de lejos, a identificarnos con Su pena ante el que se cierra voluntariamente a Su Amor, y no quiere escucharlo ni recibirlo, ante el que no quiere abrirle la puerta para oír Su Palabra, Su consuelo, Su abrazo, Su comprensión, Su perdón, Su misericordia y Su Amor. Nos detuvimos un momento y juntas oramos fuertemente por ella, sabemos que se rogará en la Misa. ¿Qué más podríamos hacer? El Señor nos lo dirá tal vez cuando continuemos orando ante el Santísimo por ella y todos aquellos a quienes visitamos.
Gracias, Señor. Es otro de los regalos de la Misión. A veces, la alegría de ser recibido y el corazón que  arde, a veces la tristeza de no querer ser escuchado y el corazón doliente, pero en paz.  

La Presencia, siempre.  Y esa es la recompensa.

sábado, 20 de julio de 2013

Él hará el milagro de multiplicar cuanto necesiten para ser felices




¿Qué ocurre en una familia con tres hijos, cuando es abandonada por el padre? ¿Qué pasa si un día el padre simplemente se va? Porque encontró otro ¿amor?, porque se hizo alcohólico, porque era drogadicto, porque sencillamente llevar una familia, trabajar, escuchar y ayudar a resolver problemas, vivir con carencias y estrecheces es más de lo que quiso soportar.
¿Qué pasa con los hijos? ¿Qué pasa con la esposa?

Hoy en la mañana entramos a una casa con tres niños: la mayor, tierna y madura, una “dueña de casa” de solo 15 años. Su hermano, el “puntal de la casa” de 12 años, y el pequeño “futbolista profesional” hiperactivo de 3 años.
La madre trabaja toda la semana, la hermana postergó su colegio y todos viven expectantes  y solos el abandono.

El Señor hizo que llamáramos a su puerta y que tuvieran la confianza de abrirnos.
La  hermana de 15 años leyó Mateo 15, 29 - 39, y la interpretación  de tan bello texto fue la que necesitaban escuchar.
El Espíritu Santo quería decirles que lo que sea que les pase, les duela, los haga sufrir, temer, llorar, todo lo confíen en sus manos, que de corazón le hablen a Su corazón, y Él los sanará y hará el milagro de multiplicar cuánto necesiten para ser felices. Los incentivamos a orar, a leer Su Palabra, y a acercarse a los sacramentos que les faltan.

No salimos hoy día a otra cosa, si no a dar testimonio de la infinita misericordia y amor de Nuestro Señor, que se duele de nuestros dolores, que quiere acompañarnos, hacernos cariño y sobretodo tomar en sus manos benditas nuestra pena, nuestro sufrimiento y nuestra angustia y dolor, devolviéndonos solo paz y alegría.
Hoy, de nuevo y como casi siempre sentimos nuestra la alegría de los discípulos que regresan de la Misión: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre”. Nunca hemos tratado con uno de verdad, pero hoy tratamos con las consecuencias de su acción: el dolor del desamparo, de la orfandad, con la desesperanza y la desprotección, con la soledad de la ausencia. 

Sabemos que el remedio para todos los males es Nuestro Señor Jesucristo. A Él les llevamos, Él quiso hoy ir a verlos.

lunes, 8 de julio de 2013

A eso está también llamada la Misión: a que los católicos se preocupen de otros católicos.





Se debiera cumplir la responsabilidad de llevar un blog, y actualizarlo con cierta periodicidad. En este caso, escribir todos los sábados, porque los sábados salimos a caminar las calles y llamar a las casas. Pero a veces, por diversos motivos, esto no se cumple. 

¿Qué queda? ¿Actualizar todo de una vez? Las cosas no se recuerdan con la misma frescura y detalle, muchos pormenores se olvidan después de algunas semanas.
¿Qué hacer? Tal vez sintetizar, y escribir lo sustancial. Pero, en la Misión, lo sustancial es siempre lo mismo: compartir a Cristo, intentar comunicar la fe, tratar de contagiar algo de lo que creemos con nuestros medios escasos y nuestras personas de tan exigua condición apostólica.  Lo único que varía son los detalles, porque en los detalles siempre entra el hermano.

Hace tres semanas entramos a una casa bonita y bien cuidada, donde vive, con un  hijo y su familia, un matrimonio de más de 70 años. Él, con depresión sicótica, ella, sin poder salir de su hogar cuidando al hombre que prometió amar y respetar, en salud o enfermedad hasta que la muerte los separara. Eran un matrimonio creyente,  de Misa dominical, pero, él no se confesaba, porque el sacerdote  “es un hombre igual a mí”.  Desde que comenzó su enfermedad, acometió contra todo lo relacionado con Dios, y por supuesto la Iglesia.
Él, en su enfermedad, aborrece la Iglesia y a Dios. Ella, sufre por no poder confesarse ni asistir a la Misa que tanto extraña.

¿Qué le hemos ofrecido? El párroco la esperará un día y a una hora determinada, para que en 20 minutos, en que será reemplazada en su casa, pueda, por fin confesarse. A partir de ese día, continuará viendo la Misa por televisión, pero un ministro le llevará la comunión todos los domingos. ¿A él? Nuestra oración y la de su esposa que ahora estará más fortificada por la Eucaristía.

Entramos también en otro hogar, una madre anciana y postrada, y una hija, ya mayor, que la cuida. La hija tampoco puede salir, más que por algunos minutos para hacer compras. No puede ir a Misa, y la madre postrada quiere confesarse. Hemos conversado con el párroco, que irá a confesarlas a ambas, y todos los domingos, un ministro les llevará la comunión.

Son cosas simples, nada difíciles, pero, si no se recorren las calles, se llama a las casas, y se entra a conversar con las personas, por más simples que sean, no se harán. Y no habremos sido luz para el hermano.  

A esto está también llamada la Misión, a que los católicos se preocupen de otros católicos. A que los acerquen a la fe en que un día fueron bautizados, y de la que se alejaron. Y en este caso, a dar un poco de luz en medio de la oscuridad y de la pena. A llevar la Palabra y la Luz de Cristo a un mundo que sufre, porque está lejos de Él.