Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo. DA 29

sábado, 20 de julio de 2013

Él hará el milagro de multiplicar cuanto necesiten para ser felices




¿Qué ocurre en una familia con tres hijos, cuando es abandonada por el padre? ¿Qué pasa si un día el padre simplemente se va? Porque encontró otro ¿amor?, porque se hizo alcohólico, porque era drogadicto, porque sencillamente llevar una familia, trabajar, escuchar y ayudar a resolver problemas, vivir con carencias y estrecheces es más de lo que quiso soportar.
¿Qué pasa con los hijos? ¿Qué pasa con la esposa?

Hoy en la mañana entramos a una casa con tres niños: la mayor, tierna y madura, una “dueña de casa” de solo 15 años. Su hermano, el “puntal de la casa” de 12 años, y el pequeño “futbolista profesional” hiperactivo de 3 años.
La madre trabaja toda la semana, la hermana postergó su colegio y todos viven expectantes  y solos el abandono.

El Señor hizo que llamáramos a su puerta y que tuvieran la confianza de abrirnos.
La  hermana de 15 años leyó Mateo 15, 29 - 39, y la interpretación  de tan bello texto fue la que necesitaban escuchar.
El Espíritu Santo quería decirles que lo que sea que les pase, les duela, los haga sufrir, temer, llorar, todo lo confíen en sus manos, que de corazón le hablen a Su corazón, y Él los sanará y hará el milagro de multiplicar cuánto necesiten para ser felices. Los incentivamos a orar, a leer Su Palabra, y a acercarse a los sacramentos que les faltan.

No salimos hoy día a otra cosa, si no a dar testimonio de la infinita misericordia y amor de Nuestro Señor, que se duele de nuestros dolores, que quiere acompañarnos, hacernos cariño y sobretodo tomar en sus manos benditas nuestra pena, nuestro sufrimiento y nuestra angustia y dolor, devolviéndonos solo paz y alegría.
Hoy, de nuevo y como casi siempre sentimos nuestra la alegría de los discípulos que regresan de la Misión: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre”. Nunca hemos tratado con uno de verdad, pero hoy tratamos con las consecuencias de su acción: el dolor del desamparo, de la orfandad, con la desesperanza y la desprotección, con la soledad de la ausencia. 

Sabemos que el remedio para todos los males es Nuestro Señor Jesucristo. A Él les llevamos, Él quiso hoy ir a verlos.

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