Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo. DA 29

lunes, 8 de julio de 2013

A eso está también llamada la Misión: a que los católicos se preocupen de otros católicos.





Se debiera cumplir la responsabilidad de llevar un blog, y actualizarlo con cierta periodicidad. En este caso, escribir todos los sábados, porque los sábados salimos a caminar las calles y llamar a las casas. Pero a veces, por diversos motivos, esto no se cumple. 

¿Qué queda? ¿Actualizar todo de una vez? Las cosas no se recuerdan con la misma frescura y detalle, muchos pormenores se olvidan después de algunas semanas.
¿Qué hacer? Tal vez sintetizar, y escribir lo sustancial. Pero, en la Misión, lo sustancial es siempre lo mismo: compartir a Cristo, intentar comunicar la fe, tratar de contagiar algo de lo que creemos con nuestros medios escasos y nuestras personas de tan exigua condición apostólica.  Lo único que varía son los detalles, porque en los detalles siempre entra el hermano.

Hace tres semanas entramos a una casa bonita y bien cuidada, donde vive, con un  hijo y su familia, un matrimonio de más de 70 años. Él, con depresión sicótica, ella, sin poder salir de su hogar cuidando al hombre que prometió amar y respetar, en salud o enfermedad hasta que la muerte los separara. Eran un matrimonio creyente,  de Misa dominical, pero, él no se confesaba, porque el sacerdote  “es un hombre igual a mí”.  Desde que comenzó su enfermedad, acometió contra todo lo relacionado con Dios, y por supuesto la Iglesia.
Él, en su enfermedad, aborrece la Iglesia y a Dios. Ella, sufre por no poder confesarse ni asistir a la Misa que tanto extraña.

¿Qué le hemos ofrecido? El párroco la esperará un día y a una hora determinada, para que en 20 minutos, en que será reemplazada en su casa, pueda, por fin confesarse. A partir de ese día, continuará viendo la Misa por televisión, pero un ministro le llevará la comunión todos los domingos. ¿A él? Nuestra oración y la de su esposa que ahora estará más fortificada por la Eucaristía.

Entramos también en otro hogar, una madre anciana y postrada, y una hija, ya mayor, que la cuida. La hija tampoco puede salir, más que por algunos minutos para hacer compras. No puede ir a Misa, y la madre postrada quiere confesarse. Hemos conversado con el párroco, que irá a confesarlas a ambas, y todos los domingos, un ministro les llevará la comunión.

Son cosas simples, nada difíciles, pero, si no se recorren las calles, se llama a las casas, y se entra a conversar con las personas, por más simples que sean, no se harán. Y no habremos sido luz para el hermano.  

A esto está también llamada la Misión, a que los católicos se preocupen de otros católicos. A que los acerquen a la fe en que un día fueron bautizados, y de la que se alejaron. Y en este caso, a dar un poco de luz en medio de la oscuridad y de la pena. A llevar la Palabra y la Luz de Cristo a un mundo que sufre, porque está lejos de Él.

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