Se debiera cumplir la responsabilidad de llevar un blog, y
actualizarlo con cierta periodicidad. En este caso, escribir todos los sábados,
porque los sábados salimos a caminar las calles y llamar a las casas. Pero a
veces, por diversos motivos, esto no se cumple.
¿Qué queda? ¿Actualizar todo de una vez? Las cosas no se
recuerdan con la misma frescura y detalle, muchos pormenores se olvidan después
de algunas semanas.
¿Qué hacer? Tal vez sintetizar, y escribir lo sustancial.
Pero, en la Misión, lo sustancial es siempre lo mismo: compartir a Cristo,
intentar comunicar la fe, tratar de contagiar algo de lo que creemos con
nuestros medios escasos y nuestras personas de tan exigua condición apostólica.
Lo único que varía son los detalles,
porque en los detalles siempre entra el hermano.
Hace tres semanas entramos a una casa bonita y bien cuidada,
donde vive, con un hijo y su familia, un
matrimonio de más de 70 años. Él, con depresión sicótica, ella, sin poder salir
de su hogar cuidando al hombre que prometió amar y respetar, en salud o
enfermedad hasta que la muerte los separara. Eran un matrimonio creyente, de Misa dominical, pero, él no se confesaba,
porque el sacerdote “es un hombre igual
a mí”. Desde que comenzó su enfermedad,
acometió contra todo lo relacionado con Dios, y por supuesto la Iglesia.
Él, en su enfermedad, aborrece la Iglesia y a Dios. Ella,
sufre por no poder confesarse ni asistir a la Misa que tanto extraña.
¿Qué le hemos ofrecido? El párroco la esperará un día y a
una hora determinada, para que en 20 minutos, en que será reemplazada en su
casa, pueda, por fin confesarse. A partir de ese día, continuará viendo la Misa
por televisión, pero un ministro le llevará la comunión todos los domingos. ¿A
él? Nuestra oración y la de su esposa que ahora estará más fortificada por la
Eucaristía.
Entramos también en otro hogar, una madre anciana y
postrada, y una hija, ya mayor, que la cuida. La hija tampoco puede salir, más
que por algunos minutos para hacer compras. No puede ir a Misa, y la madre
postrada quiere confesarse. Hemos conversado con el párroco, que irá a
confesarlas a ambas, y todos los domingos, un ministro les llevará la comunión.
Son cosas simples, nada difíciles, pero, si no se recorren
las calles, se llama a las casas, y se entra a conversar con las personas, por
más simples que sean, no se harán. Y no habremos sido luz para el hermano.
A esto está también llamada la Misión, a que los católicos
se preocupen de otros católicos. A que los acerquen a la fe en que un día
fueron bautizados, y de la que se alejaron. Y en este caso, a dar un poco de
luz en medio de la oscuridad y de la pena. A llevar la Palabra y la Luz de
Cristo a un mundo que sufre, porque está lejos de Él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario