Vamos avanzando en la Misión. Hemos recorrido
ya 34 manzanas de las 93 que conforman nuestro territorio parroquial, y en
todas ellas hemos llamado a cada casa y entrado en aquellas cuyas familias nos
lo han permitido.
Ayer nos reunimos con estudiantes de la Universidad Católica que participan en
las misiones de la Universidad. Ellas nos acompañaran en el proceso de
formación que comenzaremos en agosto.
Nuestro objetivo es desarrollarnos y perfeccionarnos en la fe y la
espiritualidad, para poder ir a las casas a catequizar a las familias que no lo
están. Enseñarles a conocer la fe de la Iglesia, porque a eso fuimos llamados.
Hoy entramos a una casa donde vive un joven a
quien yo conocía, era animador de
catequesis de niños y participaba en el
coro. Conversamos con su madre (él dormía, porque llegó tarde del “carrete”,
fiesta), proclamamos la Palabra, conversamos sobre ella, hicimos oración,
bendijimos, y en el momento de asperjar el agua bendita, la madre me abrió la
cortina de su pieza, para que yo entrara. Él estaba despierto, y cuando me
acerqué gritó: “¡No me bendiga!” y se tapó la cabeza con la ropa de cama. Me
acerqué, le rocié el agua y lo bendije con su nombre. ¿Por qué alguien que estuvo tan vinculado a
la parroquia actuó así? Podría simplemente haber dejado que lo bendijera, si le hubiera dado
lo mismo. Pero, no le dio lo mismo. Se opuso y gritó. ¿Por qué? ¿Qué pasó en su
vida? ¿A quién conoció? ¿Qué vivió? ¿Han tenido que ver los acontecimientos
aparecidos en la prensa desde hace un tiempo y que involucran a sacerdotes con
su desapego? Sé que uno de esos sacerdotes lo confirmó. Sea como fuere, orar
por él y por su regreso a la Iglesia es lo que nos queda, y es lo que haremos.