¿Por qué razón un
hombre de 82 años responde que él se irá al infierno al término de sus días y
que está conforme con ello?
Tal vez considere que su pecado es tan grande que es el
destino merecido. Pero, ¿dónde queda el Amor de Dios? ¿Dónde su Perdón? ¿Por
qué no sueña siquiera con Su misericordia?
Tal vez sea ¡y mucho! ignorancia. O por último,¡ y ojalá! solo nos estaba
jugando una broma. No hubo caso que aceptara leer, orar, o ser bendecido.
Sólo escuchaba desde afuera de la habitación. Pero, quien sabe... El Señor tiene su tiempo y sus
métodos. Este hombre sin esperanza permanece en nuestras oraciones y siempre está puesto ante el Santísimo Sacramento, cuando vamos
a rendirle adoración y rogarle por todos
los misionados.
No hemos dejado de salir ni una sola semana, siempre, todos
los sábados vamos a la Misión urbana, casa a casa. Pero, no siempre escribo.
Eso me pesa a veces en la conciencia, pero, creo que lo realmente importante no
es que escriba, sino que vayamos. Y lo hacemos.
Mucho hemos visto durante estos 2 meses que no he escrito. Diferentes
personas nos han abierto su puerta y
hemos podido hablar del Señor y con Él en cada hogar:
Esposas preocupadas, con el esposo enfermo y a punto de
operarse que ruegan insistentemente y con fuerza por el resultado de esa
operación, otras que ven con tremendo dolor y soledad cómo el hombre con el que
compartieron sus largas vidas las mira sin recordarlas, olvidando cada día un
nuevo detalle de todas esas jornadas compartidas; o una buena mujer que en su viudez ha recuperado la paz; familias migrantes que
reencaminan sus vidas en tierras nuevas con una sorprendente fe y esperanza en
Dios; mamás a quienes vimos llevar a sus hijos a catequesis, y a quienes no
hemos vuelto a ver en Misa, o una madre católica que se casó con un evangélico
y ha separado a sus hijos de los sacramentos, sin tener fuerza ni fe para
luchar por el bien y la salvación de ella y de su familia… Y nuevos encuentros
en alguna vereda con nuestros hermanos seguidores de Jehová. Todo esto conforma
la Misión urbana. No es de aventura, riesgo de vida y sacrificio como la Misión
Ad gentes. Pero, es igual de necesaria y urgente.
Un tema: Nuestra vida diaria debe cuadrar con nuestras
palabras, la coherencia debe ser nuestro escudo ante la incredulidad del
prójimo, porque son nuestros vecinos a
quienes vamos y nos ven y nos escuchan
todos los días; en el almacén, en la feria, en la calle, en el colegio de los
hijos (o los nietos)… y en nuestras casas. No podemos borrar con el codo lo que
escribimos con esfuerzo y nuestras manos. Se pierde demasiado.
Pero, lo que nuestra poquedad y miseria no pueden, Dios lo
hace posible. ¿Qué debemos hacer obedientemente? Como en la segunda
multiplicación del pan (“¿Cuántos panes tienen ustedes?”) poner a trabajar nuestra
voluntad humana y orar - sin la oración no existe la Misión – lo demás, el
milagro, lo hará Nuestro Señor.