Habían anunciado lluvia para hoy. Llovería desde anoche, por
lo tanto hoy no saldríamos a recorrer las calles y buscar a las familias. Yo tenía una reunión en la
Vicaría a la que podría ir porque hoy no habría Misión.
Pero, el Señor quería otra cosa.
Hoy no llovía cuando amaneció, nos llamamos, nos reunimos
apenas cuatro y salimos.
Llamamos a cinco o
seis casas. En dos, personas evangélicas nos respondieron amablemente que no.
En una de ellas conversamos sobre la Parábola del hijo pródigo, luego pedimos que
Dios la bendijera y continuamos. En la otra casa la señora evangélica era
bautizada católica y su marido era evangélico. Y ella, como pasa tantas veces,
siguió la religión del esposo sin revisar cuál era la verdadera. Le regalamos
una estampa de la Virgen del Carmen y la invitamos a preguntarle a María
nuestra madre, qué religión debía seguir. Nos aseguró que iría a Misa pronto.
Pero, lo más bello, aquello para lo que el Señor nos hizo
salir hoy día fue en la última casa en que llamamos.
Era una casa muy pobre con una niña joven que nos sonrió al
abrirnos. Adentro, un papá y dos hijos tomaban desayuno. La niña nos presentó a
su pequeña hijita de dos años, Estrellita.
Conversamos largo rato antes de iniciar la ceremonia, y las
personas, cerca de diez, que componían su familia, padre, hermana, cuñado,
sobrinos, pasaban y circulaban.
Hay allí seis niños sin bautizar, ocho sin primera comunión
y matrimonios sin celebrar.
Cuando proclamamos el evangelio sobre la segunda
multiplicación de los panes (Mt. 15, 49-59) algunos de los niños leyeron y la
niña joven permaneció en silencio. Cuando lo comentamos, ella había entendido
que en esa Palabra había un mensaje para ella y las lágrimas cayeron de sus
ojos.
Oramos, asperjamos agua bendita, imploramos la bendición de
Dios sobre cada uno de los habitantes de esa casa los que se fueron acercando
da a poco.
Al final, la niña joven y su hermana mayor manifestaron su
deseo de incorporarse inmediatamente a catequesis para bautizar y permitir
comulgar a sus hijos. El padre,- que en principio nos quería alejar,- expresó su voluntad de asistir a Misa, el
cuñado evangélico pidió que bendijéramos a su hijita pequeña, la mamá pidió que
bendijéramos una imagen de la Santísima Virgen del Carmen, y fue el compartir los dones y regalos de Dios, lo que
nos llenó a todos de alegría.
Nos despedíamos cuando comenzó a llover fuertemente, y
conversábamos con Claudio mi hermano misionero, que a esto nos envió el Señor
hoy día, a ésta sola casa, a ésta familia pobre y sola, y sentimos una vez más
lo que es el pago del misionero: “ ¿no ardía nuestro corazón cuando nos hablaba
por el camino?”.