Todos los sábados conocemos las historias de vidas de las
personas que visitamos. A veces alegres, muchas veces tristes. La historia de esta familia está llena de
esperanza, fe y paz.
Ana Laura es una hermosa niña de 10 años.
Cuando su madre la esperaba, en la ecografía de los 5 meses
de embarazo el médico le comunicó que el feto (qué palabra más fría) tenía una malformación “incompatible con la vida”, es
decir, era un “feto inviable”.
Durante la espera que vivió su madre, llena de angustia,
soledad, miedo y pena, deseaba todos los
días que el parto no llegara nunca, para
no perder a su bebita que amaba.
Bastante
claras eran todas las ecografías y exámenes que se habían hecho: la criatura no
traía vena cava y sus órganos estaban “dados vuelta”, con la anomalía
denominada situs inversus en el tórax
y abdomen. Sobreviviría unos 3 minutos, no más.
En la sala de espera del hospital el día del nacimiento,
permanecían la abuela materna y otros parientes apenados acompañando el triste
acontecimiento, dando fuerza, calor y apoyo, que es la medicina
fundamental requerida.
Supieron que iba a la sala de partos, y esperaron diez minutos, veinte, una hora...
Apareció entonces la doctora a cargo del equipo y les preguntó:
¿Alguno de ustedes cree en algo? ¿En
Dios, en algo?
La abuela se levantó y respondió con voz firme: Yo creo en
Dios y la Virgen Santísima.
-Por eso- dijo la doctora- por eso. La niña está viva,
y parece que en buenas condiciones.
El equipo médico había recibido a la criatura y después de
mostrársela rápidamente a la madre, la habían llevado para examinar, limpiar y
esperar su deceso que sería rápido. Pero, al pasar los minutos, la niña
continuaba respirando, llorando, moviéndose, su color era cada vez más rosado y
no parecía desmejorar. Al hacer otros exámenes
se tuvo la explicación: no existía la vena cava, pero la vida se había
abierto camino creando una multitud de pequeñas venas que suplían la
función del conducto ausente.
La abuela había desgastado sus rosarios y sus intenciones de
Misa pidiendo un milagro para su nieta, el que fue concedido.
Escuchamos con emoción la historia de Ana Laura, pensando en
tantas cosas. Pensando, sobretodo en la necesidad de la Fe.
En la Fe, sí. Esa Fe fuerte, confiada, la que Dios quiere que viva en nosotros porque con ella la vida es más bella, más plena,
más feliz.
Pensamos también en “y no pudo hacer allí ningún milagro”, cuando
Jesús visita a su familia en Nazaret y el
Señor no puede mostrar allí su amor y su poder, porque ellos no creen en Él y
no ponen en Él su Fe.
Pero, pensamos también en los muchos casos como éste que se
darán en países con ley de aborto, donde los niños no llegan a nacer, porque son “fetos inviables”. Y se pierden tantas Ana Lauras…
Nos oponemos, como misioneros de la Iglesia Católica a la muerte de los niños por nacer. Todo niño
concebido debe ser dado a luz; y si su vida es de tres minutos, es lo que en Su infinita sabiduría y misericordia Dios ha diseñado, y así será.
La familia que viva tan grande dolor debe ser acompañada y apoyada en el proceso. Pero, el aborto no aminorará jamás el dolor de la pérdida,
sino que contribuirá a aumentarlo por la sensación de culpa, hecho ya
acreditado por la siquiatría.
Para mostrarnos que somos soberbios, incapaces e ignorantes, Dios
decidió hacer un milagro premiando la Fe de una abuela piadosa,
Los niños que
vienen con daños graves en su sobrevida deben nacer y ser recibidos por sus
familias como lo que son: un regalo del Señor.